Responsabilidad desbordante: cuando el deber nos enferma


Responsabilidad desbordante: cuando el deber nos enferma

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Responsabilidad significa “la habilidad de responder”.

Cuando esta “habilidad de responder” se especializa en las demandas ajenas por encima de las propias enfermamos física y mentalmente.

Nuestro organismo nos va avisando en forma de síntomas como:

  • Sobrecarga mental y física: musculatura tensa y respiración agitada.
  • Pensamientos que controlan nuestra mente, no podemos dejar de pensar porque nos invaden ideas, preocupaciones…
  • Cuanto más pensamientos más sufrimiento corporal, pudiendo emerger problemas de todo tipo: cardiovasculares, sistema endocrino …
  • A pesar de todo esto, no hacemos caso, y pensamos que siempre hemos podido y que ahora también podremos con esto.

Si te identificas con esta situación significa que estás cerca de sufrir dolencias como:

  • Insomnio
  • Ansiedad
  • Dolencias físicas: musculares, sistema digestivo etc
  • Agotamiento
  • Irritabilidad
  • Miedo

Necesitas desquitarte de peso y no sabes cómo, al menos no sin sentir culpa. Una parte de ti te dice que “cargas demasiado” y otra que “todas tus ocupaciones y (preocupaciones) son imprescindibles”.

No hemos nacido para cumplir deberes, de niños tan sólo queríamos disfrutar. En algún momento nuestros papás nos hicieron sentir valiosos, aceptados o queridos por cumplir ciertas normas. Ahí empieza a forjarse nuestro sentido del deber: “debo portarme bien, debo obedecer”.

El castigo principal que recibe un niño que no cumple con el deber es la mirada de decepción o enfado de sus padres. Es una mirada que nos transmite que no somos adecuados.

Y esto es positivo porque tenemos que aprender a vivir en una sociedad con normas.

El problema viene cuando la importancia otorgada al deber es excesiva. El afecto, el placer y el juego, son fundamentales para el desarrollo saludable de una persona. Un entorno que valora la responsabilidad y descuida aspectos placenteros y afectivos está descompensado. Esta situación es la semilla perfecta para convertir a ese niño en un adulto hiper-resposabilizado.

Este artículo está dirigido a los hijos que fuisteis valorados y amados por ser buenos y responsables durante vuestra infancia. A esos niños para los que cualquier transgresión o falta de responsabilidad era una misión imposible. Me dirijo a todos aquellos que ni siquiera os permitisteis fantasear con la posibilidad de saltaros una norma. Ni siquiera en vuestra imaginación podíais des-responsabilizaros.

Ahora, como adulto, cuando te planteas desprenderte de cargas, la culpa te amenaza. Sientes que decepcionas a “alguien”. Te sientes mala persona. O te lo hacen sentir con gestos y miradas.

Quizá crees que si te desprendes de responsabilidades te fallas a ti mismo. Pero eso no es cierto. No es a ti a quien fallas, sino a una imagen ultra exigente de ti mismo. Tu entorno ayudó a forjar esta imagen: soy trabajador, responsable, buena persona…

Y por supuesto no soy, ni quiero ser: vago, mala persona, irresponsable.

Tú eres mucho más que esa simplicidad.

Esa imagen tan perfecta es una trampa, lo primero porque es un ideal y por tanto no existe. Y lo más importante porque mutila tu identidad, reprimiendo otras áreas que forman parte de ti. Por eso tienes malestar físico, mental y emocional.

Amplia tu identidad, atrévete a expresar quién eres realmente, no eres perfecto, tienes derecho a vivir sanamente, a ser feliz. Es un derecho intrínseco al ser humano.

Quizá pienses que “es imposible cambiar, yo soy así”. Es momento de cuestionar esa creencia. Tu cuerpo te lo está diciendo, es tu responsabilidad escucharle. Mientras lo evitas, fallas en la responsabilidad de cuidar de ti mismo y de ser feliz.

responsabiliad con amor y felicidad nos sana

“Desde la felicidad puedes dar lo mejor de ti  al mundo”

 

el exceso de responsabilidad quita amor propio

“La excesiva renuncia y responsabilidad le quita amor auténtico a tus actos”

 

El amor que no es coherente con el amor a ti mismo no es verdadero amor.

No te acomodes en la excusa de tener muchas responsabilidades que no puedes desatender, siempre hay un margen de cuidado propio que es compatible con tu situación.

Necesitas soportar la culpa que te impide soltar lastre. Temes que te dejen de querer si cambias. Piensas que te verán como un farsante. Seguramente no suceda, y si así fuera, no perderías amor sino dominio, y ganarías en amor propio.

La dignidad es el amor más esencial y sobre él se asientan el resto de amores.

¿Por dónde empezar?

Poco a poco en situaciones en las que te encuentres seguro.

Intenta seguir las siguientes pautas para responsabilirarte de ti mismo:

 

  1. Dar pocas explicaciones: frases cortas y sencillas. Cuanto más explicas más autorizas a seguir siendo cuestionado.
  2. Practicar la contención antes de ofrecer tu ayuda. Tómate una pausa antes de contestar “sí puedo, cuenta conmigo, yo me ocupo”.
  3. Valora y reflexiona la renuncia que te supone ofrecer esta ayuda.
  4. Oblígate a parar y tomarte un tiempo para ti. Vete introduciendo en tu vida pequeños momentos contigo: un café, una charla, un silencio…
  5. Camina despacio, o al menos no corras.
  6. Recuerda que la mirada de decepción o enfado de algunas personas NO definen quién eres tú. Evita caer en su manipulación.
  7. Respira hondo varias veces al día: aprovecha el transporte público para esta tarea.
  8. Ubica cada carga: haz un recorrido corporal mientras respiras, trata de ubicar en qué parte de tu cuerpo se ubican tus cargas: hombros, espalda, riñones, piernas…
  9. Aprende a escuchar tu cuerpo: date masajes, practica yoga… cualquier actividad que te implique estar atento a tus sensaciones corporales.
  10. Iníciate en la práctica de decir “no puedo”.
  11. Enfádate con quienes se enfadan contigo cuando intentas evitar cargas. Tu responsabilidad y tu deber es poder enfadarte tú con su enfado.

 

 

 

 “Responsabilidad desbordante”, por Beatriz Alvarez

         beatriz@escuchartepsicologia.com  699251287

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